UD-BLOG-47 Septiembre 2025

Arquitectura y café

Por Hugo Moreno Freydig

A lo largo de la historia, pocas bebidas han estado tan ligadas a la vida urbana y a la arquitectura de las ciudades como el café. Desde su llegada a Europa en el siglo XVII, el café no solo se convirtió en una mercancía valiosa y en un estimulante cotidiano, sino en un elemento profundamente enraizado en la manera en que habitamos los espacios y nos relacionamos con los demás. La arquitectura y el urbanismo han encontrado en el café un punto de encuentro simbólico y material: la bebida que despierta, que acompaña el trabajo creativo, que abre conversaciones, también ha dado forma a lugares emblemáticos, a tipologías arquitectónicas específicas y a dinámicas urbanas que trascienden el simple acto de beber. En ese sentido, reflexionar sobre café y arquitectura es reflexionar sobre cómo los espacios construidos dan sentido a lo social, y cómo lo social, en este caso a través de un ritual cotidiano, transforma a su vez lo construido.

En muchas ciudades, las cafeterías han funcionado como auténticos laboratorios urbanos donde se gestan ideas y se consolidan comunidades. Los cafés literarios de Viena, los cafés filosóficos de París o las tertulias en cafés de la Ciudad de México son prueba de cómo un espacio diseñado para compartir una taza de café se convierte en escenario de debate, de creación artística y de producción intelectual. La arquitectura de estos lugares no es secundaria: la disposición de las mesas, la escala de la iluminación, la relación con la calle, la presencia de vitrinas o terrazas, todo está pensado para propiciar encuentros, para invitar a la pausa y al intercambio. En este sentido, el café no solo es un producto, es un catalizador de urbanidad, un elemento que fortalece la vida pública y que genera identidad en torno a la ciudad. Basta pensar en la manera en que un barrio puede ser reconocido y valorado por la calidad de sus cafeterías, convirtiéndose en destino y referencia dentro de la trama urbana.

Para la arquitectura, el café también ha significado un reto estético y funcional. Diseñar espacios para el consumo de café implica traducir en materiales, volúmenes y atmósferas la experiencia que se quiere transmitir. No es lo mismo el café de paso, diseñado para un consumo rápido, que la cafetería concebida como segundo hogar, con sillones cómodos, iluminación cálida y un sentido de refugio en medio de la ciudad. En ambos casos, el arquitecto interpreta un ritual cultural y lo convierte en espacio habitable. Incluso las grandes cadenas globales han entendido la importancia de la ambientación arquitectónica como parte de su estrategia: buscan transmitir sensaciones de cercanía, de pertenencia, de continuidad entre ciudad y café. En la práctica independiente, los arquitectos y diseñadores que crean cafeterías de autor exploran la identidad local, incorporan materiales de la región y rescatan técnicas artesanales, de manera que cada taza servida se inscribe en una narrativa espacial coherente con el territorio.

Pero la relación entre café y arquitectura no se limita a la escala del local. En el urbanismo, el café ha tenido un papel destacado como elemento dinamizador de la vida en el espacio público. Terrazas, explanadas, pasajes y calles peatonales encuentran en las cafeterías un ancla que atrae peatones, que da vida a las aceras y que prolonga la estancia de las personas en el espacio común. Una ciudad con café en la calle es una ciudad que invita a detenerse, a observar, a conversar, a apropiarse del espacio colectivo. En contraste, ciudades donde las dinámicas urbanas desalientan este tipo de consumo público suelen mostrar espacios más deshabitados, donde la prisa y el tránsito motorizado dominan sobre la pausa y la interacción. En este sentido, el café se convierte en un símbolo de urbanismo humano, aquel que privilegia la escala peatonal y que entiende que la ciudad es más rica cuando ofrece momentos de encuentro espontáneo.

La historia del café en México es particularmente ilustrativa de cómo esta bebida está ligada a la identidad arquitectónica y urbana. Desde las tradicionales cafeterías de barrio, hasta los cafés icónicos de las grandes ciudades, los espacios diseñados para el café han acompañado tanto la modernización de las urbes como la construcción de referentes culturales. En ellos, generaciones de arquitectos han discutido proyectos, han bosquejado planos sobre servilletas y han encontrado inspiración en el aroma del grano recién molido. No es casualidad que para muchos arquitectos el café sea más que una bebida: es parte de su disciplina, un aliado indispensable en las largas jornadas de diseño y en el proceso creativo. Así, la celebración del Día del Arquitecto y del Día Mundial del Café encuentra un punto de encuentro natural, pues ambos, café y arquitectura, comparten la capacidad de transformar lo cotidiano en extraordinario.

La arquitectura de los espacios dedicados al café también nos habla de sostenibilidad y de responsabilidad social. En los últimos años, muchos arquitectos han diseñado cafeterías y tostadores que incorporan principios de eficiencia energética, uso de materiales reciclados o locales, así como esquemas de comercio justo que se reflejan en la narrativa espacial del lugar. El consumidor contemporáneo, cada vez más consciente, busca que el espacio donde toma café no sea solo agradable, sino coherente con valores ambientales y comunitarios. Esto ha llevado a que la arquitectura del café evolucione hacia un diseño más transparente, donde los procesos de preparación se muestran al cliente, donde la trazabilidad del grano se refleja en murales o gráficos, y donde la experiencia arquitectónica se convierte en una extensión de la cadena productiva.

Si bien el café es un ritual íntimo, también es un acto profundamente colectivo. Beber café en un espacio compartido es participar en una tradición urbana global que conecta a personas de distintas culturas en torno a un mismo gesto. La arquitectura, al dar forma a ese gesto, nos recuerda que cada taza de café contiene una dimensión espacial y social que trasciende lo individual. En la medida en que los arquitectos y urbanistas reconozcan este potencial, podrán seguir diseñando ciudades y espacios que no solo respondan a necesidades funcionales, sino que también fortalezcan la vida comunitaria. La relación entre arquitectura y café, entonces, no es anecdótica ni superficial, sino una prueba de cómo los pequeños rituales de la vida diaria tienen la capacidad de estructurar y enriquecer la experiencia urbana. Celebrar el Día del Arquitecto y el Día Mundial del Café al mismo tiempo es reconocer que ambos, el oficio de diseñar ciudades y el hábito de compartir una taza, son expresiones de humanidad que nos invitan a encontrarnos, a dialogar y a construir comunidad en el espacio que habitamos.

UD-01-Sep2025
Disfrutando la combinación del urbanismo y el café. Ciudad de México, 9/Octubre/2017.

 

Autor:

Hugo Moreno Freydig

Arquitecto, Maestro en Ciencias Ambientales y activista por la movilidad sostenible, accesibilidad universal y seguridad vial. Cofundador del despacho de urbanismo y arquitectura: UrbanDot.mx

 

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